Demetrios Constantelos
La formación del pensamiento helénico cristiano
Extraído de su libro: Christian Hellenism. Essays and Studies in Continuity and Change.
Editorial Aristide D. Caratzas, New Rochelle, Nueva York y Atenas
ISBN: 0-89241-588-6
Decidle al rey; la corte decorada se ha derrumbado, Febo ya no tiene celda, ni laurel, ni profecía, ni fuente barboteante; incluso el agua parloteante se ha secado.
Anónimo, Siglo IV
Traducido del inglés al español por Joaquín Cortés Belenguer joaquincortesb@terra.es
El pensamiento griego medieval o “bizantino” fue el resultado de la fusión de varias tradiciones intelectuales, culturales y religiosas de la antigüedad, como la griega, la romana, la hebrea, la iraní y la cristiana. Pero fueron el pensamiento humanístico de la antigua Hélade y la fe cristiana quienes contribuyeron en mayor medida a la génesis, formación y evolución del pensamiento bizantino. El pensamiento de los antiguos griegos gozó de una gran vitalidad durante la época bizantina ya que los clásicos griegos – literatura, filosofía, historia, arte, educación e incluso mitología – constituyeron el plan de estudios durante todo el milenio bizantino. Dado que la época bizantina fue profundamente religiosa, el futuro del patrimonio cultural de los antiguos griegos – en particular la literatura y la filosofía – en el Imperio Bizantino estuvo marcado ante todo por la actitud de la Iglesia hacia la enseñanza laica.
I
Para valorar el lugar que los clásicos ocupaban en el estado bizantino, conviene comprender la naturaleza del conflicto entre el pensamiento griego y la doctrina cristiana tal y como evolucionó en los primeros siglos del cristianismo. El encuentro entre el cristianismo y la paideia (educación) clásica dio como resultado las fuerzas que fijaron el futuro del pensamiento greco-bizantino.
Ya en tiempos de los Apóstoles encontramos los primeros intentos por presentar el nuevo credo en un modo comprensible para los que no eran judíos. San Juan escribió el cuarto Evangelio para gente de educación griega. Las palabras introductorias de Juan “Al principio existía la Palabra (Logos)”, así como su terminología meditativa, mística, simbólica y filosófica no son más que préstamos de Heráclito, de los estoicos, y del pensamiento helénico en general. Sus bien elegidos términos logos, luz, tinieblas, carne, nacimiento, hijo, vida, vida eterna, pan de vida, agua de vida, señal, espíritu, resurrección, y muchos más tenían la intención de recalcar no sólo la preexistencia de Logos Cristo, sino también la implicación de Dios en la historia más allá del antiguo Israel. La consecuencia era que el Dios de Israel era el Dios de los griegos, de los romanos, de los escitas, y de otros, y que no existía un conflicto esencial entre el pensamiento griego y la doctrina cristiana.
Esta línea de pensamiento fue desarrollada más a fondo por pensadores cristianos que habían estudiado los clásicos, como fue el caso de algunos de los Padres Apostólicos. Por ejemplo, Justino el filósofo y mártir (m. aprox. 165) enseñó que se puede descubrir a Dios a través de los escritos de los filósofos griegos. La verdad acerca de la naturaleza y los atributos de Dios la establecieron los griegos mediante la aplicación de la razón (logos), en particular gracias a Heráclito y Sócrates. Justino recalcó que todos participan en Cristo, ya sean cristianos, judíos, griegos o romanos. “Todo el que vive con arreglo a la razón es cristiano, incluso aunque se le pudiera clasificar como ateo”. Subrayó que las enseñanzas de Platón o la doctrina de los estoicos, los poetas y los autores de prosa de la antigüedad griega no eran contrarias a las de Cristo. “Ya que, mediante su participación en el Logos espermático, todos hablaban bien. ... Todo lo que cualquier hombre ha dicho correctamente nos pertenece a los cristianos.” (1) Una parte del cristianismo occidental adoptó una línea de pensamiento distinta; por ejemplo, Tertuliano, el apologista cristiano del siglo II satirizaba con desdén a quienes “eran partidarios de un cristianismo estoico, platónico o dialéctico (aristotélico).” El cristianismo latino se esforzó durante varios siglos por resolver la cuestión tertuliana ¿Que tiene que ver Atenas con Jerusalén?” (2) El cristianismo griego había logrado desde época temprana un equilibrio entre la sabiduría de las dos ciudades: la thyrathen ,o helénica y la sagrada, o hebrea. El cristianismo recibió el pensamiento griego como un regalo de la Divina Providencia.
La postura que Occidente adoptó frente a las humanidades clásicas estuvo determinada por el nivel cultural imperante en el Oeste tras las invasiones bárbaras. Si bien el cristianismo había progresado poco entre la aristocracia romana en el Imperio Romano de Occidente, y las clases cultivadas manifestaban una fuerte resistencia frente al nuevo credo, la gente corriente que se había convertido al cristianismo consideraba sin embargo el contacto con la educación clásica como peligroso; su estudio era, si no pecaminoso, jugar con fuego. Este temor, que se correspondía con la mentalidad de los romanos más conservadores y tradicionales (en contraste con los griegos más inquietos y curiosos) influyó incluso a los cristianos cultos que habían logrado conciliar la nueva fe con la cultura clásica.
Dos anécdotas importantes sirven para ilustrar este punto. Jerónimo, una de las mentes más brillantes de la cristiandad occidental, disfrutaba con la lectura de Cicerón. Pero cada vez que leía a su autor favorito, se sentía culpable. En vano había intentado convencerse de que lo que hacía no era pecaminoso. En un sueño trató de convencer a Cristo de que era un fiel cristiano, pero el Juez Celestial, frente al alegato “Soy cristiano” (Christianus sum) lo reprimió con un “Sí eres ciceroniano, pero no cristiano” (Ciceronianus es, non Christianus). (3) A finales del s. VI, el papa Gregorio Magno (590-604) reprendió amargamente al obispo de Viena por enseñar literatura. Gregorio afirmó: “Una boca no puede contener alabanzas a Cristo y alabanza a Júpiter.” (4) Se oponía duramente a la enseñanza de los clásicos pese a resultar ser un papa progresista y reformador.
El que algunos papas romanos desconfiaban de los clérigos que habían estudiado a los clásicos queda de nuevo reflejado por otra historia del s. VII. Teodoro de Tarsos había recibido una excelente educación clásica tanto en Tarsos como en Atenas. Cuando fue nombrado Arzobispo de Canterbury, el papa Vitaliano, que lo consagró en 688, manifestó su temor y preocupación sobre la ortodoxia de Teodoro. El romano pontífice ordenó al abad Hadrian que acompañara a Teodoro a Gran Bretaña y que “vigilara atentamente a Teodoro para que no enseñara nada que fuese contrario a la fe verdadera según el modo de los griegos.” (5) Gilbert Highet relata que “siempre hubo una fuerte oposición en la Iglesia (Occidental) a cualquier tipo de estudio de la civilización clásica, porque fue el producto de un mundo corrupto, pagano, muerto y maldito.” (6) A pesar de ello, por lo menos los clásicos romanos se preservaron en Occidente, mediante su estudio y transcripción en algunas comunidades monásticas de la Iglesia Occidental.
Pero volvamos al este. Además de Justino el filósofo, Arístides y Atenagoras de Atenas y más tarde Clemente y Origen de Alejandría se esforzaron enormemente por presentar las enseñanzas cristianas en un lenguaje y estilo comprensibles para los gentiles cultos. Durante los primeros siglos del cristianismo y, concretamente, en los siglos IV y V, intelectuales cristianos, como Basilio el Grande, Gregorio de Nazianzos, y Gregorio de Nisa observaron que muchos aspectos del pensamiento, la filosofía y la ética clásicos, y en concreto el pensamiento de Platón eran bastante cercanos a la doctrina cristiana. De este modo, la filosofía, la antropología, el pensamiento político, la ética y la psicología griegas fueron puestos al servicio de la teología cristiana. La literatura clásica dejó de estar considerada como inapropiada para la fe cristiana. “Como una abeja reuniré todo lo que sea conforme a la verdad, incluso sirviéndome de lo que escribieron nuestros enemigos (autores paganos),” (7) afirmó el teólogo del siglo VIII Juan de Damasco.
Cuando los paganos cultos empezaron a convertirse al cristianismo y cuando los cristianos cultos empezaron a ahondar en el estudio de los clásicos griegos, se consiguió combinar los clásicos griegos con la doctrina cristiana. El estudió de los clásicos se aseguró a consecuencia de la adopción de opiniones como la del influyente Basilio el Grande, expuestos en el tratado “Exhortación a jóvenes sobre el modo de aprovechar mejor los escritos de autores paganos.”(8)
La Iglesia Griega llegó a la conclusión de que el estudio de la sabiduría helénica era útil y deseable, siempre que el cristiano rechazara lo malo y se quedara con lo bueno y verdadero. El cristianismo fue bautizado en la corriente griega de lenguaje y pensamiento, en el ambiente cultural griego y en el marco histórico helenístico. En conjunto, los Padres de la Iglesia Griega no pretendieron sacar ni esencia ni contenido del antiguo pensamiento griego, ya que las Sagradas Escrituras ya les habían provisto de ello. Pretendían adoptar las metodologías, los medios técnicos, la terminología, y las estructuras lógicas y gramaticales con el objetivo de construir el edificio cristiano de la teología, de la doctrina y del pensamiento. No obstante, en esta tentativa la revelación cristiana no pudo evitar la infiltración del pensamiento griego, y las influencias culturales e intelectuales griegas se entrelazaron con la fe cristiana. Se consiguió una convergencia armoniosa entre la fe cristiana y el pensamiento griego, y hasta el día de hoy en la Iglesia Oriental se impuso un equilibrio. Cierto es que hubo intentos de desequilibrar la situación. Por ejemplo, el Emperador Juliano (360-363) trató por todos los medios de reintroducir no sólo la educación clásica sino también las divinidades olímpicas. Juan Italos en el siglo XI y Jorge Plethon Gemistos en el XV sostenían que la religión clásica y la tradición intelectual ofrecían todo lo que se necesita saber y poseer, y en mayor medida que el cristianismo. Otros eclesiásticos, como Epifanio de Chipre y Anastasio de Sinaí, consideraban que el cristianismo era autosuficiente y que por ello no había lugar a ningún tipo de reconciliación con la tradición clásica. Pero el caso es que no prevalecieron ni los enemigos del cristianismo ni los adversarios de la antigüedad clásica. Apolinario el Joven estableció el equilibrio al afirmar que “el bien allí donde se encuentre es una propiedad de la verdad”(9). Es en este principio donde la Iglesia reconoció el legado de los griegos clásicos, y los unió a la tradición cristiana. De este modo podemos ver en la época bizantina la continuidad del pasado griego, la herencia helenística junto al nuevo elemento de la fe cristiana.
Tanto en el siglo V, como en el IX o en el XII, los profesores y los eruditos cristianos escribían tanto sobre temas cristianos como sobre temas clásicos. El núcleo del currículum lo componían el estudio de las Sagradas Escrituras así como las obras de los poetas, historiadores, retóricos, filósofos y literatos de la Grecia clásica. Los mismos profesores que se encargaban de supervisar los estudios clásicos escribían también tratados sobre teología cristiana y exégesis bíblica. La paideia bizantina era la paideia helénica cristiana. Debido a la supervivencia de la tradición clásica, podemos encontrar en la época griega medieval individuos que se atrevieron a cuestionar no sólo opiniones teológicas sino incluso dogmas, y unas cuantas mentes inquietas se aventuraron incluso a emular la mentalidad especulativa de los antiguos. Por supuesto recibieron la calificación de “herejes”. Herejía deriva del griego “hairesis” que significa elección, y había lugar para las elecciones intelectuales y religiosas.
Es cada vez mayor el número de intelectuales e historiadores culturales y sociales que se dan cuenta de que la sociedad bizantina no era tan conservadoramente rígida o inmóvil en su ideología o ceñida por sus dogmas religiosos como se mantuvo en el pasado. Cierto es que para los bizantinos la teología era el estudio interno superior, pero el externo, o enseñanza “laica” nunca fue descuidado, ya que formaba parte esencial de su paideia. Sirva como ejemplo el caso de Eustaquio, Metropolita de Salónica del siglo XII, quien no dudó en escribir comentarios sobre Homero y no tenía miedo de citar pasajes de Safo. Juan Mauropous, el obispo de Eucaita, rezó especialmente a Cristo para que aceptara a Platón y a Plutarco en su reino, porque se diferenciaban muy poco, o nada, de los profetas del Antiguo Testamento. En el siglo XIV, Jorge de Pelagonia usó más material de la sabiduría griega que de las Escrituras cristianas en su composición de la vida del Emperador San Juan Vatatzes. Debido a su apego por la educación griega y por su amplitud de criterio, la Iglesia Griega y Bizancio fueron acusados por el Oeste latino de ser “mundanos”, “herejes” y “cismáticos”. El Occidente latino cristiano durante varios siglos, en concreto desde finales del siglo VI hasta la época de Tomás de Aquino, había proscrito el helenismo profano. Incluso aunque algunas mentes importantes, como Macrobio y Jerónimo habían intentado salvar el vacío entre el Helenismo cristiano y el pagano, la vida monástica del Oeste contribuyó a la drástica decadencia del pensamiento griego en la cultura occidental durante cuatro siglos (600-1000). Los paladines del pensamiento griego como Boecio se arriesgaban a ser acusados de herejes y magos. En ocasiones incluso costumbres civilizadas introducidas por el Este griego fueron condenadas por ser pecaminosas. Por ejemplo, la Princesa bizantina Teofano, esposa de Otón II (973-983) y regente de Otón III (983-1002) y una de las emperatrices más hábiles que jamás haya gobernado Alemania, fue vista tras su muerte por una monja visionaria ardiendo en el Infierno por su costumbre de tomar baños; la muerte prematura de su prima María Argira, la esposa del Doge de Venecia, fue igualmente considerada por Pedro Damián como merecedora de castigo divino por haber introducido María el uso de los tenedores en las mesas venecianas (10). En el Este griego, las herejías y las sectas religiosas eran formas disidentes que surgían de la corriente principal de la vida intelectual y espiritual del momento, o nacían de la fusión o unión de la cristiandad judeo-helénica y del pensamiento griego. El hecho cierto de que muchos de ellos no dejaran de aflorar en el transcurso de más de diez siglos es indicativo de un fondo intelectual fértil y de una atmósfera religiosa tolerante. El clima espiritual y religioso tolerante y variante fue el que convirtió los problemas antiguos – teológicos, filosóficos, judíos, griegos u orientales – en cualquier cosa menos obsoletos o académicos en cualquier siglo.
La mentalidad griega cristiana acerca del lugar de los clásicos en la Iglesia puede ilustrarse mediante otro texto conservado en un cuestionario atribuido a Anastasio de Sinaí (m. h. 700 d.C.). La pregunta era la siguiente: “¿Los cristianos deben rezar por la salvación de los paganos (Helenos) muertos con anterioridad a la llegada de Cristo, o han de anatemizarlos?” (11) La respuesta de Anastasio fue que los fieles deben ciertamente rezar por ellos y no condenar a ninguno de ellos porque tanto Juan el Bautista como el mismo Cristo habían descendido al Hades y habían predicado el evangelio de la salvación a todos aquellos que habían muerto antes de la era cristiana (Pedro I 3:19).
Eran habituales los ataques que intelectuales cristianos recibían por su gran apego por la sabiduría clásica. Por ejemplo, en el siglo XV el prefecto de Constantinopla, Kyros Panopolites, quien escribió bonitas letras de canciones, fue expulsado de Constantinopla por “Heleno”. Pero a pesar de ser acusado de paganismo, fue ordenado Obispo de Kotyaion, una diócesis remota en Frigia. Durante el reinado de Teófilo (829-842), León el Matemático, catedrático de la Universidad de Constantinopla, fue acusado de paganismo por su apego a la antigua tradición. Al erudito y diplomático del siglo X León Choirosphaktes, lo asaltó una devoción por el drama y la música antiguos y una inclinación por la cultura clásica. Ello no obstante, muy raramente un intelectual fue llevado a la hoguera por su amor por la cultura clásica. Muchas de tales acusaciones tenían una motivación política y resultaron ser inocuas. El estudio del pensamiento de la Grecia antigua era una tradición demasiado larga en el tiempo para que envidias personales pudieran con ello. Incluso a los monjes, que constituían el elemento más conservador de la sociedad bizantina, se le recomendaba el estudio de obras antiguas o laicas. Nicolás Kabasilas, un místico del siglo XIV, sostenía que incluso los santos eran unos personajes incompletos si carecían de una instrucción suficiente en literatura profana o mundana.
Además los retos intelectuales a la fe y la tradición establecidas eran algo común en el este griego e incluso el dogma nunca fue algo petrificado y sofocante. Había crecimiento y desarrollo. La revelación divina se veía no como una iluminación celestial repentina o como un rayo impredecible, sino como un sol cósmico, que nace lentamente con el origen del hombre, que alcanza su punto culminante en la persona de Cristo, y continúa bajo la guía del Paráclito (Espíritu Santo); es decir, creían en una revelación cuyos rayos penetraban muchas mentes y pensamientos a través de varios caminos y canales.
El equilibrio entre el pensamiento griego y la fe cristiana era cada vez más precario tras el siglo XI. Pero fue después del siglo XIII cuando los intelectuales trataron de dar al traste con el equilibrio al recalcar el significado del conocimiento griego sobre el dogma cristiano.
Hubo otros que rechazaron tanto la filosofía como la teología. El resurgimiento de las obras de los escépticos Pirro de Elis y de Sexto Empírico reforzó la creencia de que tanto la filosofía como la teología, es decir, la fe cristiana y el pensamiento griego eran fútiles ejercicios abstractos (12).
El renacer de los clásicos griegos, de interés erudito y artístico en el siglo XIII alcanzó su máximo grado en el siglo XV. Jorge Pletón Gemistos fue el más arduo representante de la educación griega. Trató abiertamente de romper el equilibrio entre pensamiento griego y dogma cristiano. Pletón no sólo abogó por “la nación griega y el desarrollo del nacionalismo griego”, sino que en sus últimos años pidió el resurgimiento de la antigua religión griega para sustituir al cristianismo tradicional. Pletón debe haber sido el primero en cuestionar las afirmaciones del cristianismo después de Celsio (siglo II) y del Emperador Juliano (siglo IV). La disputa de Pletón con los teólogos contemporáneos, Gennadios Scholarios en particular, constituye la última fase importante del conflicto entre el pensamiento griego y la Ortodoxia cristiana, al menos por lo que se refiere a las épocas antigua y medieval (13).
II
Pero, ¿qué parte en concreto de la tradición clásica sobrevivió en la Edad Media griega o bizantina y contribuyó por tanto a la formación del pensamiento bizantino? Prácticamente todo. Los bizantinos se enorgullecían de ser los herederos y custodios de la tradición clásica helénica. La bizantina era una sociedad culta, y su cultura se basaba sobre dos pilares, el griego y el cristiano. El primero incluía, por supuesto, la lengua griega, que era el idioma oficial del imperio. De hecho, muchos intelectuales bizantinos apreciaban la lengua griega de tal modo que trataban de imitar el lenguaje de los antiguos. Los historiadores bizantinos imitaban a Tucídides, Jenofonte y Herodoto. Los hagiógrafos imitaban a Plutarco, y los autores de drama religioso emulaban a los grandes trágicos. Dicho en otras palabras, la continuidad con el helenismo pagano continuaba viva, y la instrucción pública estaba en manos de los laicos. El renacer de actividades humanísticas y clásicas tenía su origen tanto en la educación patrocinada por la iglesia como por aquella pública.
En el siglo XI, Constantinopla disponía de tres centros destinados a la enseñanza superior donde se enseñaba medicina, botánica, zoología, matemáticas, filosofía, derecho, retórica y otras materias. Pero la tradición clásica se enseñaba incluso en la educación primaria y secundaria. En el programa de estudios eran habituales la gramática, la sintaxis, la lectura, la escritura, la aritmética, la geometría, la música, la anatomía y la astrología. Después del siglo VI, la mayor parte de los hijos de hombres libres recibían su educación en centros gratuitos de titularidad estatal o en escuelas de la iglesia o monásticas. Las escuelas estatales estaban abiertas a todos los niños, independientemente de su nacionalidad o clase social.
Al igual que sucedía en la Grecia antigua, donde los alumnos tenían que leer a Homero y los poemas de los buenos poetas y aprenderlos de memoria, también en la época bizantina se obligaba a los estudiantes a leer a Homero (y más tarde la epopeya de Digenis Akritas) así como la Biblia. Las fábulas de Esopo se memorizaban a la edad de 14 años o más tarde, y los estudiantes debían de memorizar a Homero por entero. Empezaban por memorizar cinco líneas de la Odisea, y tras aprenderse la totalidad de la Odisea, pasaban a la Iliada.
El arte de la oratoria requería el estudio de grandes retóricos, en concreto Esquines, Isócrates y Demóstenes. La educación se dirigía a ambos sexos. Hubo mujeres que destacaron en el campo de las letras y la historia así como en la política. Atenais-Eudokia, la mujer de Teodosio II (408-450), fue una renombrada estudiosa de los clásicos. En el siglo VIII, Irene, quien prefería el título masculino de basileus, fue la primera mujer de la era cristiana en llegar al cargo de emperador, mientras que Anna Komnene en el siglo XII fue una destacada historiadora de la Edad Media. Entre las mujeres había médicos e incluso figuras literarias prominentes. Pese a ello, la educación que recibía la mujer bizantina solía ser mediocre e incluso pobre, llegando hasta la edad de catorce años.
La educación mediante a través de tutores era muy usual, pero encontramos escuelas privadas hasta en pueblos remotos de Capadocia. Por ejemplo, sabemos que para San Teodoro de Siceón, el hecho de ser hijo extramatrimonial no constituyó obstáculo para recibir su primera educación en su pueblo natal en Asia Menor central, en la eparquía de Galatia. La educación superior era disponible en varias academias muy conocidas. Atenas, Alejandría, Antioquia, Beirut, Gaza, Constantinopla, Salónica, Mistra, Nicea, Nicomedea y Trebisonda eran los centros de educación superior más importantes. Algunos de ellos, por supuesto, fueron conquistados por los árabes en el primer cuarto del siglo VII.
Los emperadores que no apoyaban la educación superior constituían una excepción. En esta tarea de patrocinio ocupan un lugar destacado Constantino el Grande (307-337), Teófilo (829-842), Constantino IX (1042-1055), los emperadores Komnenoi, Juan III Doukas Vatatzes (1221-1254), Miguel VIII Paleólogos (1259-1282), y Andrónicos II (1282-1328).
El siglo V marcó definitivamente un momento decisivo en la educación superior bizantina. Teodosio II fundó en 425 una gran universidad con 31 cátedras para derecho, filosofía, medicina, aritmética, geometría, astronomía, música, retórica y otras materias. 15 cátedras estaban asignadas para latín y 16 para griego. Miguel III (842-867) reorganizó la universidad, que mantuvo su esplendor hasta el siglo XIV. El siglo IX tuvo mayor importancia para el futuro de los clásicos que cualquier siglo precedente. Tuvo lugar una reorganización de la universidad así como un renacimiento categórico y serio de la educación clásica. Y dado que los límites entre el ámbito de interés de lo laico y lo cristiano eran inexistentes, se logró unir la educación clásica y la cristiana.
Desde mediados del siglo IX tenemos varias figuras que contribuyeron a la supervivencia y a la efectiva promulgación de los clásicos griegos, como el Patriarca Focio, Juan Geometres, León el Matemático, Aretas de Cesarea, León Choirosphaktes, Miguel Psellos, Juan Italos, Juan Mavropous, Eustatio de Salónica, Anna Komnene, Teodoro Lasaris, Teodoro Metochites, Pletón Gemistos y Jorge Scholarios.
Hemos de advertir en este punto que el término “renacimiento” no significa que el estudio de los clásicos estuviera muerto durante los tres siglos anteriores. El este griego no experimentó algo similar al Renacimiento de Occidente porque la tradición clásica era un componente de la educación bizantina, y el estudio de lo griego no estaba reducido a algunas comunidades monásticas aisladas. Se enseñaba en Constantinopla, en Salónica, en Nicea, en Mistra y en otras partes. Incluso la controversia iconoclasta demuestra la existencia de la educación griega, ya que la victoria de los iconófilos se vio como una victoria de la mentalidad griega sobre la semítica.
Focio en el siglo IX era un profundo conocedor de los autores clásicos, incluidos los que trataban sobre los mitos. Myriobiblos es una colección suya de anotaciones sobre diversos libros clásicos leídos por sí mismo, por sus alumnos y por sus amigos. Focio dio preferencia a Aristóteles en la filosofía y a los oradores e historiadores atenienses en literatura. A diferencia de Focio y su escuela, hubo otros que leían y sentían admiración por Platón, los neoplatónicos, como Plotino, y los trágicos y poetas líricos.
Juan Geometres constituye un ejemplo admirable del erudito que logró armonizar lo sagrado y lo profano. “Habla de los griegos paganos con la misma frecuencia con la que habla de los santos cristianos.” (14) Sus poemas están llenos de referencias a autores clásicos: Jenofonte, Sófocles, Homero, Esquilo, Eurípides y otros. Platón es “el maestro de la inmortalidad” y Aristóteles “quien estableció los límites entre espíritu y naturaleza.” (15)
Aretas de Cesárea, quien vivió en el siglo X, hizo copiar todo tipo de manuscritos, incluyendo Euclides, Platón, Luciano y Arístides, y estudió muchos autores clásicos antiguos.
Juan Mavropous, uno de los intelectuales más destacados del siglo XI y eminente profesor de retórica en Constantinopla, constituye un ejemplo brillante de un hombre que logró un equilibrio entre su educación sagrada y la clásica. En sus escritos cita a la Biblia y a los Padres de la Iglesia, pero también tiene mucho de Epicuro, Píndaro, Platón, Plutarco y otros. En uno de sus poemas hizo hincapié en la afinidad entre Platón y la moral de Cristo, sosteniendo que tanto Platón como Plutarco eran cristianos en sus fundamentos. Rezaba: “Cristo mío, si quisieras librar a algún pagano de tus amenazas, elige por mí a Platón y a Plutarco. Porque ambos en pensamiento y obra demostraron lo cerca que estaban de tus leyes. Quizás no hayan sabido que tú eres el Dios de todos, pero no es más que otra petición de tu misericordia, el don mediante el cual deseas salvar a toda la humanidad.” (16)
Miguel Psellos, quien vivió en el siglo XI puede no haber sido una excepción en su conocimiento de ciertos autores clásicos. Cuando era aún un muchacho, ya sabía de memoria la Iliada en su totalidad. Psellos incitaba a sus alumnos a imitar la laboriosidad y el ejemplo de Platón y Pitágoras, y él mismo emuló el estilo de Demóstenes y Tucídides. Cuando comparaba el pasado con el presente, Psellos encontraba en la antigua Grecia todas las virtudes que deseaba ver en sus alumnos. Adoraba a Platón en particular. Durante una disputa con el Patriarca, su antiguo amigo, Juan Xiphilinos, Miguel gritó. “Su santidad y gran sabio: ¡Platón es mío, claro que es mío!”(17)
Anna Komnene confirma la gran vigencia que el saber clásico gozaba en el siglo XII. Ella fue instruida en él de modo excelente. “No ignoraba las letras puesto que había llevado mi estudio del griego a su punto más elevado . . . ¡Estudié con detenimiento las obras de Aristóteles y los diálogos de Platón, y enriquecí mi mente con la “cuaternidad” de enseñanza! (18) Anna cita con profusión a Platón, Demóstenes, Aristóteles, y sobre todo, a Homero. Eustaquio de Salónica, quien vivió en el siglo XII, era el erudito greco-cristiano ideal. Sin lugar a dudas un cristiano devoto, era así mismo un gran especialista en los clásicos, una autoridad en Homero, sobre cuyas obras épicas escribió monumentales comentarios, como ya mencionamos con anterioridad. El énfasis en la herencia cultural clásica se pronunció más durante los últimos siglos del Imperio Bizantino. El saber clásico había sido la base de la educación bizantina. Los Padres de la Iglesia debían mucho a la tradición no cristiana y “no podemos dejar de destacar que el criterio de la erudición bizantina era el uso acertado de todas las fuentes del saber.” (19)
La supervivencia de la tradición clásica griega se refleja no sólo en el pensamiento filosófico o en la enseñanza de la lengua griega sino también en el arte seglar e incluso religioso de la época. Estaba de moda decorar ánforas, cubos de vidrio y otros artículos con escenas mitológicas y con imágenes de influencia clásica. Losas de mármol y mosaicos en los suelos también representaban tales temas seglares.
Incluso los antiguos conceptos y prácticas religiosos griegos sobrevivieron en la cristiana Edad Media. En la antigüedad griega, la deidad circulaba libremente y la religión constituía una auténtica fuerza. En la Edad Media griega, la religión tenía una importancia vital para el estado así como para la vida cotidiana del individuo. En la antigüedad griega los templos, los bosques sagrados y las estatuas se hallaban dispersas por todas partes, recordando a la gente la cercanía de lo sobrenatural. En Bizancio, las iglesias, las casas, los edificios públicos y las puertas de las ciudades estaban decoradas con iconos de Cristo y símbolos de santos, para recordar constantemente la presencia de Dios y de lo sagrado. También el antiguo misticismo religioso griego influyó sobre el misticismo cristiano. La enseñanza relativa a la theosis es un tema recurrente en los escritos de los Padres Griegos de la época bizantina. Según la teología bizantina, el destino último del creyente es alcanzar la theosis (deificación, divinidad), que es la vida eterna en Dios (pero no absorbido y aniquilado por Dios, como sucede en el panteísmo). La theosis se convirtió en sinónimo de salvación, y la salvación no es más que el estado en que los humanos viven eternamente en presencia de Dios; la condenación significaba la ausencia de Dios de la vida de los humanos. Para la teología bizantina, la theosis del ser se alcanza mediante la experiencia religiosa.
La idea de theosis, sin embargo, no era extraña al pensamiento griego no cristiano; el estado de theosis se alcanzaba no mediante la teología sino a través de la filosofía, la paideia, la askesis filosófica y el desarrollo intelectual. Para el pensamiento griego, la filosofía es el camino, la anábasis (ascensión) a la theosis. Platón escribe que el hombre recto no será abandonado por Dios, y que el hombre “con el ejercicio de la virtud se unirá a Dios en la medida de lo posible para el hombre.” Los neoplatónicos se hacen eco de las enseñanzas de Platón. Amonios de Alejandría escribe que “la filosofía es semejanza a Dios en cuanto en la medida de lo posible para el hombre.” En el siglo IV, el filósofo Temistios afirma que “la filosofía no es más que asimilación a Dios en la medida de lo posible para el hombre.”(20)
Por último, aunque no por ello menos importante, la supervivencia y la contribución de los clásicos griegos al desarrollo de la mentalidad bizantina puede ser deducido del hecho que había muchas bibliotecas repletas de libros conteniendo el saber clásico. Por ejemplo, la Biblioteca Imperial de Constantinopla en 475 poseía 120.000 volúmenes, incluyendo el famoso pergamino, de 120 pies de largo, sobre el que estaban inscritas la Iliada y la Odisea de Homero. La biblioteca fue destruida por el fuego pero fue reconstruida en el siglo VI.
En el siglo VIII, la biblioteca del Oikoumenikon Didaskaleion, que fue destruida en el incendio de 726, incluía “muchos y buenos libros” tanto sobre teología cristiana como de clásicos griegos. (21) Pero el Imperio Bizantino tenía otras bibliotecas estatales, de los monasterios de la Iglesia y privadas, repletas con numerosos manuscritos de las obras de los autores clásicos. Muchos de ellos fueron destruidos y muchos fueron llevados a las capitales de la Europa occidental tras la catastrófica Cuarta Cruzada, y tras la caída de Constantinopla en manos de los turcos. Las bibliotecas mantuvieron la tradición literaria griega que contribuyó al desarrollo del pensamiento bizantino. En palabras de Sócrates, historiador eclesiástico del siglo IV: “La literatura griega ciertamente nunca fue reconocida por Cristo o por sus apóstoles como inspirada por Dios, pero por otra parte tampoco fue totalmente rechazada como perniciosa. Y esto no lo hicieron, me imagino, desconsideradamente. Porque había muchos filósofos entre los griegos que no estaban lejos del saber de Dios . . . por estos motivos son también útiles para todos los que aman la auténtica piedad.”(22)
En la sociedad bizantina, en las familias más pudientes la educación era algo que se daba por sentado. La educación era accesible tanto a clérigos como a laicos por igual. Había escuelas y academias de la iglesia del mismo modo que existían escuelas y universidades laicas. Había profesores particulares tanto públicos como privados, así como benefactores seglares y clérigos de la enseñanza. Incluso en sus peores días, los bizantinos nunca perdieron su orden de prioridades. Se debían construir bibliotecas junto a hospitales, hospicios, orfelinatos, asilos y otras instituciones públicas. Los bizantinos sobresalieron en el campo de la historiografía, la poesía eclesiástica, de las obras litúrgicas, de las exposiciones doctrinales y espirituales, en el arte y los mosaicos. La mentalidad bizantina era dinámica, cambiando y desarrollándose durante los diez siglos de su existencia. En el arte, la música, la espiritualidad, la literatura y el saber de todas sus épocas, incluyendo algunos años después de la caída de Constantinopla, encontramos nueva vida junto a la continuidad de la tradición establecida.
Además, en su organización y administración política y militar el Imperio Bizantino hizo gala de una enorme capacidad para adaptarse y expandirse. En el último periodo incluso emperadores como Juan VIII Paleólogos (1425-1448) abogaba por la discusión y la libertad de expresión. Los métodos griegos, como los comités, las votaciones y el diálogo contradicen a aquellos que sostienen que la presión del emperador constituía una restricción permanente a esta libertad. Problemas económicos, intereses sociales y cambios administrativos indican claramente que la historia interna del mundo griego medieval estaba lejos de ser algo uniforme y estático. Efectivamente, existía una continuidad con el pensamiento griego, con la literatura, la historia y la cultura de los antiguos, pero la civilización griega medieval era una nueva síntesis, algo vivo, orgánico, cambiante de siglo en siglo, incluso de generación en generación y de lugar a lugar. Por ejemplo, hay una fuerte continuidad entre la lengua, la literatura y la cultura del Ponto y la del Peloponeso, pero también hay muchas diferencias. Al igual que sucedía con los griegos antiguos, la civilización griega medieval se caracterizaba por ser una unidad de diversidad. (23)
El término paideia significa tanto civilización como educación. Cuando Werner Jaeger usó el término paideia para describir los ideales de la cultura griega, lo que pretendía señalar era que los griegos creían que los hombres progresaban en civilización no adquiriendo poder o riqueza, sino adquiriendo educación.(24) Es un hecho conocido que los bizantino preferían la negociación a la confrontación, y que muchas de sus guerras fueron defensivas. Medían sus logros y su status internacional no por su poder o su riqueza sino por sus valores espirituales y su educación. Los grandes libros de la antigüedad así como su propia historia, poesía, obras teológicas, tratados filosóficos y discursos tenían como finalidad educar a sus lectores. Los bizantinos no hacían literatura o arte sin más. Ambos iban dirigidos a educar a su gente. De este modo lo mejor de la literatura clásica se transformó con la adición del pensamiento cristiano para servir las necesidades intelectuales y espirituales. La mente bizantina era ante todo una mente espiritual. El libro definitivo sobre la mentalidad bizantina aún no ha sido escrito. No obstante, percibo que a los bizantinos les interesaba la civilización, y la civilización no tiene que ver necesariamente con la riqueza, el poder o las posesiones sino más bien con la educación de la mente humana y con el refinamiento de la psique humana. Según esta definición, el estado más rico del mundo, una sociedad con riqueza y bienestar ilimitados no sería sin embargo una “civilización”. Un estado similar sería lo que Platón describió como “una ciudad de cerdos, comiendo, bebiendo, apareándose y durmiendo hasta que mueren.”(25)
La civilización bizantina era ante todo una civilización espiritual activa en la cultura y en la salvación de la persona. Se orientaba por el principio según el cual era deber de toda persona no ampliar su poder o multiplicar su riqueza más allá de lo necesario sino más bien enriquecer la mente y salvar su alma. Lo primero lo proporcionaban los clásicos griegos y lo segundo lo prometía la fe cristiana. Por esta razón, las humanidades clásicas griegas y la doctrina cristiana constituyeron los dos elementos más importantes del pensamiento bizantino.
NOTAS
1. Justin, Apologia Ι.46, II.13, ed. Bibliotheke Hellenon Pateron, vοl. 3 (Atenas, 1955), 186, 207.
2. Tertullian, De Praescriptione haereticorum VIII. 9-11, ed. R. F. Refaule and P. De Labriolle, Sources Chrétiennes (París, 1957), 98.
3. Jerome, Ep., ΧΧII,30.
4. Gregory the Great, Ep., ΧΙ. 34.
5. Venerable Bede, Ecclesiestical History, 4.1, ed. Β. Colgrave and R. Mynors (Oxford, 1969).
6. Gilbert Highet, The Classical Tradition (Oxford University Press, 1957), 8.
7. John of Damascus, De Fide Orthodoxa, PG, 94, 524-5.
8. Basil the Great "Exhortation tο Young Men ..." PG 31, 563-590.
9. Socrates Scholastikos, Historia Ecclesiastica, 3.16, PG 67.
10. Steven Runciman, "Byzantium and the Renaissance" Tbe University of Arizona Bulletin, (1970), 506.
11. Anastasios of Sinai, "Questions," Νο. 3, PG 89, 764.
12. Donald Μ. Nicol, "The Byzantine Church and Hellenic Learning in the Fourteenth Century," SChH, 5 (1969), 23-57.
13. D.J. Constantelos, "The Last Phase of the Conflict between Greek Thought and Christian Orthodoxy in the Greek Middle Ages" Alumni Lectures 2. (Hellenic College, Brookline, Mass. 1972), 9-18.
14. J. Μ. Hussey, Church and Learning in tbe Byzantine Empire, 867-1185 (New York, 1963 reprint of 1937 edition), 33-36.
15. John Geometres, "Carmina νaria," PG 106, 917, esp. poems 13 and 14.
16. P. De Lagarde, Editor, Iohannis Euchaitorum metropolitae (Gottingen, 1882), p. 24; also in PG, 120, Poem 43.
17. Michael Psellos, Epistulae, ed. Sathas, ΜΒ, 5,444 and Hussey, οp.cit., 86.
18. Anna Comnena, Alexiad, Prologue, tr. E.R.A. Sewter, The Alexiad of Anna Comnena (Harmondsworth, 1969), 17
19. Hussey, οp.cit., 106-07.
20. Plato, Republic, Χ.12.613; Porphyry, Isagogen sive V νοces, ed. by A. Busse,Commen. in Artist. Græca IV, pt.III, (Berlin, 1891); Themistius, Orationes quae supersunt 21.32d, ed. N. Schenkl, G.Downey, and A.F.Norman (Leipzig, 1965-74), 43. 6-7.
21. Konstantinos Manaphes, Hai en Konstantinoupolei Bibliothekai (Atenas, 1972), 25-31.
22. Socrates Scholasticos, Historia Ecclesiastica, 3.16, PG 67.
23. Cf. J.Μ. Hussey, "Gibbon Re-written: Recent Trends in Byzantine Studies" in Re-Discovering Eastern Christendom, eds. A.N. Armstrong and E.J.Β. Fry (Londres, 1963), 95-105.
24. Werner, Jaeger, Paideia: The Ideals of Greek Culture, tr. Gilbert Highet, νοl. 1 (Oxford, 1946), xiii-xxiv.
25. Platο, Republic 372, 4; Gilbert Highet, The Classical Tradition, οp.cit., 546-49.
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