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Christodoulos, Arzobispo de Atenas

Paz y desarrollo

Saludo inaugural en el ENCUENTRO ATENAS ’98

Traducido del griego al español por: Joaquín Cortés Belenguer, JOAQUINCORTESB@terra.es



El primer deber es siempre dar la bienvenida a los congresistas. Pero para mí esto hoy no es un deber. Es un honor y una gran alegría. Honor, porque he sido llamado para saludar el encuentro de personalidades totalmente ilustres, reunidas para afrontar una serie de problemas de nuestro futuro europeo, en unos momentos decisivos, mientras que la cuenta atrás para la puesta en marcha de nuestra moneda común europea ha empezado ya, y mientras que la economía mundial tiende a parecerse a un campo minado. Pero también siento una gran alegría, porque entre nosotros se sientan protagonistas de los derechos humanos, personas consagradas a la humanidad. A todos os doy la bienvenida en el amor de Cristo.

El tema de vuestro encuentro Paz y desarrollo es esencial, porque entorno a estas dos ideas centrales de la vida social se han consolidado unos errores peligrosos para el vasto público. Permítaseme hacer referencia superficialmente a dos de ellos, puesto que se articulan en el ámbito espiritual.

En primer lugar, no es cierto que basta con dejar de trabajar para la guerra para obtener la paz. Los conflictos, tanto entre estados como entre personas, forman la inevitable realidad de nuestro mundo – a cuya base teológica no haré referencia. No tenemos paz simple y llanamente no preparándonos para la guerra, no tenemos paz permaneciendo inactivos. La paz no la promueve la despreocupación, ni seguramente – permítaseme que insista – ni seguramente la renuncia a nuestras responsabilidades de defensa del suelo patrio.

La paz es el fruto de muchas virtudes: del diálogo, de la comprensión, del acercamiento, y sobre todo de la justicia. Sin éstas no existe paz, sino orden del miedo, existe una ausencia de guerra debida al miedo, sea recíproco (como en el caso de la “guerra fría”), sea a una potencia fuerte y esencialmente hegemónica.

Para tener en realidad paz hemos de defender la libertad. No fomenta la paz el conquistador que la pide, sin abandonar las conquistas. Como no fomenta la paz en las relaciones internacionales un régimen basado en el terror y la opresión de sus ciudadanos. Ésta es una lección que nos ha dado la antigua tragedia griega, nos ha afirmado el Cristianismo. Es una lección que en la escena política actual dan las organizaciones de defensa de los derechos humanos. Para tener paz, hemos de trabajar también en defensa de la justicia. No se fomenta la paz allí donde aumenta la injusticia y la codicia, no se fomenta la paz allí donde predominan las voces de dolor y lamento, allí donde se multiplican los que sufren de hambre, de enfermedad y los sin techo.

Un segundo error peligroso es creer que desarrollo significa únicamente aumento de riqueza y de conocimientos técnicos. Más bien al contrario, en verdad desarrollo existe sólo en la medida en que se mejora en modo sustancial también el nivel de vida de las capas más desfavorecidas de la sociedad. Si aumenta casi exclusivamente, o principalmente, la riqueza de los ricos, no tenemos desarrollo sino barbarie. Conviene que todos comprendamos que el nivel de una sociedad se juzga no por las posibilidades de los poderosos sino por las posibilidades de los débiles – de su número y de sus condiciones de vida.

Precisamente por ello, el desarrollo no es el fruto de una política económica únicamente, sino también el fruto de aquellas virtudes que conducen también a la paz: de la comprensión, del acercamiento, y sobre todo de la justicia. Así pues, es no simplemente indiferente sino extremadamente peligroso el “desarrollo de los números”. En verdad desarrollo es sólo aquel que promueve la cohesión social, la solidaridad. *

Las condiciones para la paz y el desarrollo que mencioné, nos dan también la medida de comprensión de la Unión Europea. La máxima obra de paz y desarrollo de nuestra historia es la Unión Europea. En efecto, por primera vez en la historia estados soberanos (que ayer aún luchaban hasta la extenuación) decidieron conjuntamente limitar gradualmente pero a ritmo veloz su soberanía nacional, para dar paso a la construcción de una comunidad política y económica. Particular importancia reviste el hecho de que la unidad económica y el desarrollo se basaron en la protección y el fortalecimiento de la cohesión social.

Y es imprescindible que se conciencien todos los pueblos, tanto los que ya participan de la unión como los que trabajan para acceder a ella, que el logro mayor y más instructivo no es tanto la limitación progresiva de la soberanía nacional de los miembros, cuanto la ampliación vertical de la solidaridad entre ellos.

No soy de los que están seguros de que la unión de Europa será la solución de todos nuestros problemas nacionales e individuales en conjunto y de modo automático, ni de que consideran que nuestra adaptación a la unión sea el único problema digno de discusión. Al contrario, considero que la unión no es una bola de cristal camino de la cual nos encontramos en modo inconsciente. La unión la creamos cada día, comprendiendo los problemas y las inquietudes que provoca y afrontando éstas con gran prudencia. Y esta prudencia necesaria no la obtenemos ignorando nuestra historia y lo que ésta nos enseña, sino totalmente al contrario, reforzando nuestros elementos comunes, de los cuales es testigo la historia y que fueron salvados por nuestra tradición. Nuestra unión no la creamos los europeos rechazando nuestras historias nacionales y nuestras tradiciones, no la creamos rechazando nuestra lengua y literatura nacionales.

La Unión Europea no es el fruto de la nivelación de los pueblos europeos, sino de su elevación valiente del realismo de los conflictos nacionalistas hacia el sueño de la fraternidad comunitaria. El realismo fue derrotado, el sueño prevaleció, porque fue un sueño durante siglos, fue una demanda que ha recorrido todas las historias y tradiciones de los pueblos de Europa. Por ello digo que nuestra casa común europea será construida con las páginas de nuestra historia, y no con el olvido. No somos lotófagos. Ningún pueblo europeo está dispuesto a olvidar su identidad.

Esta realidad intelectual, expresada aunque no encerrada en las cifras y los análisis, la realidad de la justicia, de la solidaridad y de la memoria histórica es la que deseamos que vuestro Encuentro tenga en mente y lleve a la luz.


† Christodoulos Arzobispo de Atenas

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